Una inquietud, una gran idea o el fruto de un largo trabajo de investigación que se ha hecho por razones nada emprendedoras. Una casualidad o la unión de varias mentes en funcionamiento. Una sinergia, el aprovechamiento de unos recursos disponibles. Una gran oportunidad en el mercado. Todo vale. La iniciativa de crear un negocio puede tener su origen en muy diversos momentos y escenarios.
Así empieza el viaje del emprendedor. Aunque en realidad, no. Se es emprendedor antes, mucho antes. Se es emprendedor con conocimiento y formación específica. Se hace emprendedor cuando se estudia, cuando se tiene iniciativa e inquietudes. Cuando se sacrifica el tiempo para seguir aprendiendo, innovando, creciendo, creyendo en lo que se hace.
La formación da alas al emprendedor. El conocimiento otorga la capacidad y la libertad de poder enfrentarse a un mercado con la seguridad de hacerlo bien. De entrar con buen pie. De saber lo que se está haciendo.
Y de investigar, que es la primera actividad que se hace realmente relacionada con el emprendimiento en sí. Es decir, después de que la idea haya surgido, investigamos de forma activa para conocer el estado y las circunstancias en las que se desarrollaría dicha iniciativa. ¿Existe ya? ¿Alguien lo hace? ¿Cómo lo hace? ¿Cuáles son las oportunidades que nos presenta el mercado? ¿Es factible? Y todo ese montón de cuestiones a resolver que solo se responden con la concienzuda investigación adecuada.
La investigación y la experimentación en escenarios realistas es fundamental para seguir avanzando. Hay que estresar a la idea antes de ponerla a funcionar. Hay que echarla a pelear con todos los contras.
Una de las preguntas fundamentales de las que hablábamos es saber si la idea responde a una necesidad del mercado. En caso contrario ─aunque para no faltar a la verdad, podemos decir que en ambos casos─, hemos de contar un planteamiento tan sólido como claras las expectativas. Por este motivo, el emprendedor debe estar seguro de hacia dónde se dirige y tener claros sus objetivos a corto y medio plazo, pero con la estrategia suficiente como para saber adónde quiere llegar. Una ruta, una forma de hacer las cosas, una marca diferencial. Marcar objetivos claros y que a su vez sean smart, dilucidar misión y valores.
Es en este punto cuando puede aparecer el miedo al fracaso. Una de los principales piedras en el camino del emprendedor. De los fracasos se aprende ─de las victorias también─, pero siempre pensamos en el coste de oportunidad que esto tiene. No se trata solo de aprender, sino de ir encontrando el camino adecuado, el verdadero camino del emprendedor. Pero existen fracasos y fracasos. Fracasos por desidia, por desconocimiento, por no querer hacer las cosas todo lo bien que podemos, o los fracasos porque realmente no es el momento, no es el lugar o no estamos rodeados de las personas adecuadas. De los fracasos se saca partido si sabemos hacer una lectura en las condiciones adecuadas de los mismos para utilizar el aprendizaje para el futuro.
Un producto o servicio, un mercado y una estrategia para introducirlo
Lo ideal es que satisfagamos necesidades, no que creemos demandas de la nada. Lo que sí podemos hacer es despertar necesidades que hasta ahora no habían sido activadas porque las personas se estaban preocupando de otras más básicas. Y esas necesidades las transformamos en demandas.
«Un inventor inventa pero un emprendedor innova, encuentra una solución nueva para un problema y lo lleva al mercado». Pablo S. Santaufemia.
Cuando tenemos claro cuál es la marca que queremos construir, sus pilares fundamentales y el valor añadido que aporta al mercado y hemos creado un producto o servicio que satisfaga una demanda, hemos de centrarnos en cómo va a ser rentable nuestro negocio. Para ello, hace falta un planteamiento estratégico que nos estructure la forma de hacer las cosas, conocer a nuestra competencia, los posibles aliados, nuestro plan de crecimiento.
Y, cómo no, una de los factores más importantes. Para llevar a cabo el desarrollo de una empresa, no se hace camino sino rodeándonos del equipo adecuado y contando con la ayuda necesaria, así como solicitando el apoyo de todo factor externo que pueda acompañarnos en el inicio del recorrido emprendedor, lanzamos a la vorágine del mercado nuestra empresa. Esto se traduce en el futuro en contar con una buena agenda de contactos, establecer acuerdos y sinergias, pero también fomentar las relaciones públicas.
A las relaciones públicas ayuda disponer de una estrategia de comunicación profesional. El trabajo no termina cuando todo arranca. Hay que fomentar el crecimiento, las relaciones, la estabilidad, la gestión interna de la comunicación, la atención al cliente, las mejoras constantes.
Si nuestro proyecto es escalable y tenemos una visión global, no dejamos de aprender y crecer, el camino se hará más cómodo y podremos recorrer decenas y decenas de kilómetros a través de nuestra idea.